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Tribuna de la experiencia

Jun 14, 2024 | Boletín 2 – 15/06/2024 | 0 Comentarios

Acogimiento familiar, la medida más adecuada

 

Lola Sinisterra.

Integradora Social, Trabajadora Social, Criminóloga y exmenor tutelada.

 

Soy Lola Sinisterra, viví bajo la tutela del Estado más de 15 años, en dos centros de protección, en una familia de acogida, y en un piso tutelado. Actualmente soy Integradora Social, Trabajadora Social y Criminóloga. Siempre he dedicado mi formación académica y enfocado mi vida laboral al acompañamiento de los niños y niñas que viven en el Sistema de Protección a la Infancia y a sus familias de origen o acogedoras. En la actualidad trabajo en Servicios Sociales básicos de un ayuntamiento.

Cuando me preguntan por la medida de protección del acogimiento familiar, me viene a la mente precisamente esa palabra protección.

Considero que el acogimiento familiar, en nuestro país y tal y como se desarrolla nuestra sociedad, es la medida más adecuada para proteger a un niño, niña o adolescente en situación de desamparo, siempre y cuando no exista la posibilidad de que viva con la familia extensa y/o el retorno muy muy próximo y real con los padres de origen. Al final, como ya sabemos, el objetivo principal de la medida de acogimiento familiar es que el menor pueda hacer un retorno a su núcleo familiar de origen, y mientras no pueda ser así, que la familia acogedora le ofrezca el hogar para que no tenga que crecer en un Centro de protección del Estado.

Cuando pasas tantos años en centros residenciales, como fue mi caso, puede ser la única luz que veas al final del túnel. Es importante resaltar, que al igual que el Derecho a tener unos padres le pertenece al menor (y no a la inversa) en el caso del acogimiento no debemos olvidar que es lo mismo, un Derecho del niño a poder vivir y crecer en el núcleo familiar y no en el de una Institución. Y ese Derecho es de los niños, no de los padres. Esto, lo expreso, porque hemos visto que en muchas ocasiones las propuestas de acogida familiar no han funcionado porque “el deseo” o la motivación solo venía del bando del adulto.

Es imprescindible, que cuando un niño o niña sea susceptible a ser acogido se tengan en cuenta varios aspectos como: respetar sus tiempos, sus deseos, incluir en el proceso a su familia biológica, acompañarle desde un inicio durante el período de adaptación y después, y no olvidar que a partir de los 12 años se les debe tener muy en cuenta al ser escuchados.

Debemos cuidar mucho el primer contacto del menor con la familia acogedora, poniendo el foco tanto en él como en los acogedores. Y hacer un acompañamiento integral que recoja lo que para ellos sea significativo.

Aunque en los últimos años se está intentando dar su lugar a las familias acogedoras y ofrecerles más herramientas, no siempre termina de ser suficiente. Estos niños y niñas traen consigo el peso de años de traumas, dolor, decepciones, desconfianza, miedos, abandonos, desapego…. Y no podemos romantizar las acogidas familiares, ni a los menores tutelados puesto que si hacemos eso y no se expone el dolor que traen consigo, los acogedores se van a sentir perdidos y sus expectativas iníciales puede que se desvanezcan. El acogimiento familiar tiene sus luces y sus sombras, como todo en esta vida. Pero si los técnicos y las Administraciones hacemos un buen acompañamiento, formación, apoyo, seguimiento y validación, entre otras cosas a tener en cuenta, pienso que puede funcionar muy bien.

En mi caso, siendo grupo de hermanos viviendo durante años en dos centros de protección no imaginábamos nunca el hecho de “salir de allí”, la posibilidad de poder crecer dentro del calor de un hogar no nos la llagamos ni a plantear. Hasta que un día, sucedió: propuesta de acogimiento familiar en familia ajena de larga duración. Siempre habrá quien lo viva con ilusión, alegría y motivación, y quienes lo vivan con miedos, incertidumbre y pavor. Así fue como vivimos la propuesta mi hermano y yo, él de manera muy positiva y yo de manera negativa.

El acogimiento aporta al niño, niña o adolescente vivir situaciones que quizás ni en su familia de origen ni en los centros ha podido vivir. Algo tan banal como comer juntos en una mesa, ir a un cine, tener rutinas y espacios individualizados… y algo tan importante como que te arropen por la noche, que te cuiden y mimen cuando estás enfermo, que te recuerden que te quieren de manera incondicional y que te ayuden y acompañen a mejorar y salir adelante en la vida una vez seas adulto.

A lo largo de mi trayectoria laboral como Trabajadora Social he conocido a muchas familias de acogida y me atrevería a decir que casi todas comparten los mismos sentimientos, miedos y emociones en el reto que supone acoger a un menor desamparado, ya sea éste de corta edad o de edad más avanzada. Por

ello también confío en que se continúen haciendo buenas praxis por parte de las Instituciones que les hacen el seguimiento, para que puedan sentir que no están solos en esto.

En definitiva, el acogimiento familiar no debe verse solo como un acto de solidaridad, caridad o vocación, debe ser tratado como lo que es, una medida de protección para los niños y niñas de nuestro país que no han podido tener la oportunidad de poder crecer en el seno de su familia de origen por diversas circunstancias de malos tratos, negligencias u otras situaciones de vulnerabilidad y riesgo, y que los acogedores van a proporcionar ese espacio de seguridad amor y confianza que tanto necesitan para poder desarrollarse como personitas.

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