El trabajo de historia de vida en el acogimiento familiar
Autor: Jesús M. Jiménez Morago. Profesor titular del departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Sevilla
El afecto, la protección, la regulación y la estimulación constituyen, junto a la disponibilidad y los cuidados de las figuras parentales, los pilares fundamentales sobre los que se basa el desarrollo positivo y saludable de niños, niñas y adolescentes. Y es en el contexto familiar donde para la gran mayoría de ellos y ellas se cocinan de una manera adecuada estos ingredientes. Sin embargo, como muy bien sabemos, para algunos de ellos y de ellas, su familia, lejos de ser la plataforma que necesitan para crecer de manera positiva, se convierte en la mayor amenaza para su integridad física y psicológica, comprometiendo su bienestar y su desarrollo presente y futuro. En los casos más graves, para salvaguardar el bienestar y los derechos de estos niños y niñas, es preciso intervenir con medidas protectoras que pueden suponer la separación de sus figuras parentales y su integración temporal o permanente en una familia de acogida.
Para estos niños y niñas, la intervención de los servicios de protección supone el fin de los malos tratos y una ventana de oportunidad que no está exenta de dificultades y retos de adaptación, ya que la separación de su núcleo familiar y su paso por el sistema de protección plantean nuevas necesidades que deben ser atendidas. Entre estas necesidades están las tienen que ver con la adaptación a su nueva situación familiar, con la reparación de los daños producidos anteriormente, con evitar la acumulación de cambios y rupturas en su paso por el sistema de protección y, desde luego, con la necesidad de conocer su propia historia y saber qué va a ser de él o de ella y a saberlo lo antes posible, en una escala temporal acorde con el ritmo de desarrollo de niños, niñas y adolescentes.
Para la gran mayoría de nosotros, nuestra familia es el escenario natural donde nacemos y nos desarrollamos, algo consustancial a nosotros mismos y que siempre ha estado ahí. Esta continuidad favorece un sentimiento de pertenencia que contribuye al desarrollo de una identidad positiva y a la construcción de un relato claro y coherente de quiénes somos y cómo encajamos en el mundo. Mientras que los niños y niñas que viven con sus familias tienen la oportunidad de conocer su pasado, aclarar y actualizar los acontecimientos en cualquier momento, los que experimentan diferentes modalidades de acogimiento en el sistema de protección pierden, a veces de manera dramática, esa posibilidad. Aunque en los últimos tiempos se han introducido algunos cambios normativos que tratan de favorecer la estabilidad y la permanencia de las personas menores en las medidas de integración familiar, todavía muchos de estos niños y niñas tienen que pasar por distintas medidas y recursos de protección. Y cuando van de una familia a otra o pasan de un centro a una familia o a otro centro, cambian a su alrededor no solo las personas sino también los espacios, las normas, las rutinas y los significados. En esa situación, su origen y su pasado pueden desvanecerse y perderse en el olvido o la confusión y, cuando los niños pierden la pista de su pasado, su desarrollo emocional y social, presente y futuro, puede resentirse. Al dolor de la separación y a las secuelas de la adversidad padecida se añaden estos cambios, que nadie les explica y que no pueden comprender, convirtiendo su paso por el sistema de protección en un agregado de segmentos vitales inconexos: diferentes personas, diferentes vidas y diferentes identidades.
En este contexto es donde surge el trabajo de historia de vida como un instrumento al servicio de profesionales y de familias acogedoras que trata de dar continuidad y sentido a la trayectoria vital y a los cambios y adaptaciones que deben afrontar estos niños y niñas en su paso por el sistema de protección. El trabajo de historia de vida es una manera de afrontar estas dificultades y responder a las necesidades de estos niños y niñas tratando con ellos acerca de su historia personal, de las razones que les llevaron acogimiento y también acerca de su futuro personal y familiar durante su estancia en familias de acogida o en otras medidas y recursos de protección. Mantener abiertos los canales de comunicación y reforzar la vinculación con la persona menor sin olvidar el eje temporal del trabajo de historia de vida es fundamental en esta intervención.
En Andalucía tenemos desde 2010 acceso libre a través del Observatorio de la Infancia a la documentación, el material y los recursos del programa Viaje a mi Historia, que ha contribuido de manera decisiva a difundir el trabajo de historia de vida con niños y niñas con medidas de protección. Mucho han cambiado las cosas desde que se presentó este programa, ya que hoy se puede decir que la sensibilidad, el conocimiento y las técnicas del trabajo de historia de vida se hayan plenamente incorporadas a la caja de herramientas de los y las profesionales del acogimiento familiar y al día a día de muchas familias de acogida.
No nos podemos detener aquí (ver la guía del programa) en las diferentes actividades y técnicas que se pueden utilizar para abordar estos temas con niños y niñas. Entre ellas, sin duda, el recurso técnico principal consiste en la realización conjunta de las actividades del libro de vida, pero también se pueden utilizar otras técnicas y estrategias específicas de este tipo de intervención como el flujograma, el ecomapa, la caja de los recuerdos, el ritual de las velas, el camino de vida, etc. Aunque el mejor libro de vida es el que construye con sus propios medios cada acogedor o educador con cada persona menor, el programa Viaje a mi Historia se acompaña de un modelo de libro de vida para abordar los principales contenidos con niños y niñas entre 5-6 a 12 años. Su principal objetivo es ayudar a construir la historia de sus vidas registrando hechos y acontecimientos significativos acerca de sí mismos, acerca de sus familias de origen y acerca del lugar y las personas con las que viven; hechos y recuerdos de sus orígenes y de cómo eran en el pasado; de cómo son en el presente, de cuáles son sus gustos, temores y aspiraciones y acerca de los cambios que se están produciendo en sus vidas y que les afectan de manera directa. A veces, confundimos un libro de vida con un álbum de fotos o con un diario de actividades, pero un libro de vida va más allá al abordar de una manera sistemática a través de sus actividades los temas fundamentales del pasado, del presente y del futuro de los niños y niñas en acogimiento. Por supuesto, incluye fotos, dibujos, recuerdos, documentos, textos, así como cualquier otro documento significativo (incluidos flujogramas, collages, árbol genealógico, etc.), pero lo más importante es que su realización ayude a niños y niñas a reconocer sus orígenes familiares, a entender por qué no pueden vivir con sus padres, por qué están en acogimiento familiar y cuál puede ser su futuro en la medida de protección. Para sacar el máximo partido a las actividades del libro (y en realidad para cualquier actividad del trabajo de historia de vida), es fundamental que acogedores y educadores fortalezcan previamente su vinculación con los niños y niñas y desarrollen habilidades como la escucha activa, la aceptación, el respeto, la empatía y el sentido lúdico, entre otras. El compromiso de la persona adulta con el niño o a la niña en la realización de las actividades del libro de vida es fundamental, ya que es preciso planificar las sesiones y algunas actividades hay que prepararlas antes de llevarlas a cabo. Eso sí, siempre leyendo los estados emocionales y la receptividad de la persona menor a los temas que se tratan, respetando así el ritmo que nos marcan los niños y las niñas.
Como hemos dicho, la elaboración conjunta del libro de vida (que puede hacerse también en versión digital) es el principal recurso técnico que podemos utilizar, pero no es el único. El trabajo se puede complementar con otros recursos específicos como los anteriormente citados y también con otros no específicos como la utilización de cuentos, manualidades, juego simbólico, títeres o disfraces. En realidad, podemos utilizar cualquier recurso que nos ayude comunicar con los niños y niñas y a fortalecer nuestra vinculación con ellos. Necesitaremos, eso sí, una buena dosis de creatividad e imaginación, ceder la iniciativa y dejarnos llevar por nuestro yo lúdico infantil. En este sentido, el trabajo de historia de vida requiere unas ciertas habilidades, pero es también una actitud, una forma honesta y respetuosa de estar y relacionarnos con los niños, niñas y adolescentes acogidos.
No cabe duda de que el trabajo de historia de vida es uno de los ejes fundamentales de la intervención en acogimiento familiar. Para los niños, niñas y adolescentes, es la luz que alumbra sus dudas y temores y que les ayuda a afrontar los retos de adaptación en su paso por el sistema de protección. El trabajo de historia de vida funciona para estos niños como una doble brújula que les orienta en su camino hacia la recuperación. La primera de estas brújulas sería la brújula del SABER. Los niños y niñas necesitan saber de dónde vienen, por qué están viviendo acogidos y cuál será su futuro en el acogimiento, lo que es un derecho y un compromiso psicológico y ético. La segunda brújula sería la del SENTIR. Para confiar, sentirse seguros y queridos necesitan sentir el compromiso, la aceptación, el respeto y el afecto, la honestidad y el reconocimiento de las personas que les acompañan en el acogimiento. Y estas dos brújulas del trabajo de historia de vida deben funcionar sincronizadas. No basta con saber (datos, información, hechos) y conocer las razones por las que están en acogimiento. También hay que sentir el apoyo, el afecto, el respeto y el compromiso de las personas que les acogen. De la misma manera, solo el compromiso, la aceptación y el afecto de sus acogedores no es suficiente para muchos niños, niñas y adolescentes que, además, necesitan saber.
En los últimos tiempos, en la medida que hemos ido incorporando el trabajo de historia de vida al acogimiento familiar hemos ido pasando, apenas sin darnos cuenta, del paradigma de la protección, siempre necesaria, al paradigma de la recuperación integral de las personas menores en acogimiento. Y esto porque con la realización de las actividades, el trabajo de historia de vida hace que los niños y niñas se sientan protagonistas, transmitiéndoles un potente mensaje de aceptación y respeto, que a muchos de ellos les llega por primera vez en sus vidas. También porque al realizar las actividades se crea un contexto en el que el niño o la niña puede expresarse con naturalidad y libertad. Un escenario de relación donde se trata de dar respuesta a las dudas y preguntas sobre su pasado y acerca de por qué están en acogimiento; reconstruyendo, conectando y tratando de una manera positiva las experiencias del pasado. Pero, además, el trabajo de historia de vida contribuye a la recuperación porque sitúa en su contexto vital presente a los niños y niñas y les ayuda a proyectarse hacia el futuro con menos incertidumbre.
Por lo tanto, para terminar, si queremos que el acogimiento familiar sea de verdad una oportunidad para la recuperación integral de estos niños y niñas, debemos seguir implementando y mejorando en el trabajo de historia de vida, dotándonos de más y mejores recursos, redoblando los esfuerzos por formar más y mejor a las familias acogedoras (y a los y las profesionales), al tiempo que las apoyamos no solo en su función educativa, sino también, y cada vez más, en su función terapeútica.
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