El Acogimiento en familias: Luces y Sombras
Autora: Charo Blanco Guerrero, psicóloga y psicoterapeuta infantil
Acoger a un/a menor es un acto voluntario que requiere una enorme capacidad de entender la huella que el sufrimiento de su historia pasada deja en un porcentaje elevado de casos. Pero también la capacidad de establecer un vínculo seguro con el menor, en muchos casos transitorio pero decisivo, para que éste pueda restaurar un sistema de apego que se ha visto gravemente comprometido en etapas primarias del desarrollo. La conducta desorganizada o impulsiva del niño, la falta de control o la falta de afecto, hacen a veces mayor la distancia entre lo que los adultos imaginaban y la realidad del acogimiento.
Los padres acogedores deben representar la “contención emocional” del niño y eso pasa inequívocamente por ayudarle a construir su pasado, pero también su presente, con los datos que tienen, sin mentir, sin juzgar y en muchos casos con la presencia no siempre beneficiosa de la familia biológica. De aquí el título de este artículo que vendrá a explicar por qué a pesar de que el acogimiento es actualmente el mejor recurso para evitar la institucionalización, puede tener a su vez unos condicionantes adversos. A las luces y a las sombras que he ido descubriendo a lo largo de mi experiencia terapéutica, dedicaré este espacio.
No quiero dejar de referirme aquí al perfil de la mayoría de los menores susceptibles de acogimiento, ya que la falta de protección, estimulación y predecibilidad pueden dejar como consecuencia, déficits importantes que comprometan las funciones ejecutivas y de esta forma, casi todas las áreas del desarrollo: conducta, apego, control de impulsos y habilidades sociales. Cabe destacar aquí que la plasticidad neuronal juega un papel importante a su favor, siendo ésta más determinante a edades más tempranas. Debemos ser optimistas porque podemos comprobar en muchas ocasiones como la recuperación de estos menores es realmente importante, cuando los acogedores tienen buenas capacidades y proporcionan un entorno seguro, se convierten sin duda en propulsores de ese desarrollo positivo que el niño necesita. En un porcentaje elevado estas capacidades de los acogedores y la capacidad de resiliencia infantil unidas pueden hacer verdaderos milagros y cambiar el destino de unos niños cuyo futuro se presentaba realmente incierto. Por tanto, debemos contemplar el acogimiento en familias como lo que es: un puente rehabilitador entre un origen desestructurado e incierto y un futuro lleno de posibilidades sobre la base segura que estos acogedores proporcionaron.
Las figuras de apego se establecen en base a los adultos significativos que el niño percibe como estables y disponibles, y es a partir de ellos que el niño construye una representación afectiva de lo que es una relación sana. Una relación de calidad en las primeras etapas permite al niño disponer de una representación interna de sus figuras de apego, como disponibles pero separadas de sí mismo y esto sirve como base de seguridad para explorar su entorno y a los extraños. La calidad del apego es tan relevante porque determinará en su desarrollo aspectos tan importantes como la empatía, la modulación de sus impulsos, deseos y pulsiones y sobre todo su capacidad para dar y recibir. Le dotará además de recursos para manejar situaciones emocionalmente difíciles y frustrantes como las separaciones y las pérdidas.
El niño necesita sobre todo permanencia y predecibilidad por parte de los adultos, justo dos aspectos importantes que no ha tenido en sus inicios y esto es lo contrario a la temporalidad a veces presente en los acogimientos. Se crean vínculos pasajeros que no deben ni pueden perpetuarse ya que esto puede comprometer el sistema de apego y la necesidad innata de los menores, de vincularse con los adultos con los que se sienten seguros. Ellos ya crearon vínculos con otros adultos negligentes y que no le ofrecían seguridad. Efectivamente en la mayoría de los menores acogidos se da la circunstancia de que han establecido vínculos con algunos miembros de su familia biológica, de ahí el sentido de mantener las visitas como medida de protección, el problema es que desgraciadamente en muchos casos son vínculos insanos. La consecuencia de estas circunstancias de adversidad, aunque hayan tenido lugar a edades muy tempranas, se traduce en su comportamiento y en niños y niñas que sufren y que lo manifiestan de muy diversas maneras. Por eso resulta una tarea fundamental y necesaria el acompañarlos en la construcción de su identidad y de su propia historia, pero sobre todo lo que les tocará a los acogedores será “reparar” esa capacidad de vinculación, establecer estilos de apego sanos que garanticen su desarrollo emocional. Este es el principal objetivo del acogimiento en familias.
Todo ello con la presencia a veces inevitable de la familia biológica, ya que tal y como está diseñado el sistema de protección de menores en Andalucía, hay que seguir unos parámetros que garanticen in extremis el evitar la separación definitiva del núcleo familiar. Aun cuando desde el inicio del proceso se vislumbra que las capacidades parentales no son recuperables y que el menor no podrá regresar a su origen. Pareciera que el mayor daño que se les puede causar sea la separación de la familia biológica y de su entorno, puesto que es el único que conocieron y por tanto el único que les sirvió de referencia y seguridad en su corta vida.
Mi mayor reflexión tras muchos años de trabajar con menores y con familias, es que el niño no pertenece a la familia biológica, aunque este sea su origen y no hay que perpetuar esta filiación cuando es manifiestamente perjudicial para su desarrollo. Ya está más que demostrado que las competencias parentales no vienen determinadas por la biología ni por la genética, es el contexto familiar y cultural el que las proporciona, sobre todo un modelo familiar “bientratante”. Las causas de las incompetencias de estos padres se encuentran en sus historias personales, familiares y sociales, tanto que a veces podemos hablar de “transmisión transgeneracional de los malos tratos” ya que, si exploramos en generaciones anteriores de estos menores, encontramos que estas situaciones se han venido reproduciendo a lo largo del tiempo.
Entiendo que la ley está así diseñada y los jueces amparan sobre todo el derecho del menor a permanecer en su entorno y el derecho de unos padres a no retirarles a sus hijos, pero en mi opinión debería prevalecer efectivamente el interés del menor. Todo el tiempo que se le concede a los padres para su recuperación va en detrimento de un desarrollo óptimo del niño, van pasando etapas decisivas para estos menores en las que no se les propicia una medida estable y definitiva. En algunos casos he trabajado con menores que a pesar de
no poder regresar con su familia biológica, tras su paso por varias familias de acogida, ya no desean ser adoptados porque no confían en crear vínculos con ellas y también es cierto que las familias adoptivas son más reticentes a adoptar a niños mayores, puesto que resulta obvio que las dificultades de adaptación serán mayores. El fracaso de un acogimiento, pero sobre todo de una adopción, deja huellas irreparables en la identidad de un menor que no puede evitar sentirse culpable de dicho fracaso y tener una percepción de sí mismo como poco valioso o no ser digno de ser amado.
Desde mi punto de vista no existen diferentes formas de querer con más o menos capacidades, esto es incierto, sólo existe una manera sana de dar amor y es con parámetros de protección, predecibilidad y buenos tratos. La mayoría de las familias a las que se les retira un menor provienen de entornos desestructurados y negligentes, que carecieron de un modelo parental adecuado. La falta de capacidades parentales es incompatible con el hecho de proporcionar un entorno estable y seguro. No debe hacerse por tanto a la hora de tomar decisiones, un balance de los aspectos positivos y negativos que la familia biológica aporta, no son ponderables de ningún modo, ya que cada vez son más contundentes las teorías del Neurodesarrollo que fijan unas etapas críticas en las que el niño debe disponer de un entorno de protección, para desarrollar habilidades neurocognitivas que sólo pueden darse bajo tales circunstancias. Si hay factores de riesgo importantes deben tomarse medidas eficaces y rápidas que proporcionen al menor un entorno estable y seguro.
Para que el acogimiento sea realmente la medida de protección más adecuada para estos menores, deben contemplarse varios factores determinantes: el primero de ellos es la elección de la familia adecuada realizando una evaluación exhaustiva de las competencias parentales y en segundo lugar contemplar la necesidad de apoyo profesional continuado a los acogedores con medidas psicoterapéuticas individuales, familiares y grupales.
Mi experiencia me lleva a concluir que un porcentaje elevado de familias acogedoras son idóneas para ejercer esa parentalidad terapéutica que requiere este proyecto. Son adultos comprometidos realmente con el presente y el futuro de ese menor del que se han hecho responsables, me consta que buscan ese asesoramiento e información tan necesarios y realizan una labor encomiable y necesaria para el bienestar de estos niños. Ahora bien, también es cierto que en muchos casos se sienten un poco solos para enfrentarse a los retos y dificultades que estos niños presentan, de ahí la necesidad de un acompañamiento y asesoramiento profesional continuado.
A veces un acogimiento simple se demora en el tiempo más de lo previsto o se torna en especializado por la propia evolución del niño, por las causas a las que me he referido antes, plazos demasiado largos en la toma de decisiones, trabajo con las familias biológicas etc y resulta muy difícil no desestabilizar a un menor al que no se le pueden dar directrices claras de cómo y cuándo cesará la convivencia. Esta sería la única manera en que estos niños podrían llegar a encontrar su sitio dentro de su nueva familia, sin conflictos de lealtades hacia ella e identificando y serenando el caos emocional que a veces sienten en su cabeza y en su corazón. Compruebo con frecuencia que esta incertidumbre provoca en los menores la mayoría de las conductas disruptivas y las dificultades de vinculación.
A estos aspectos es a lo que me refiero cuando hablo de las Sombras que en mi opinión tiene el acogimiento en familias, cuando me llegan casos en los que los acogedores andan un poco perdidos, no ya por el comportamiento disruptivo de los menores y sus dificultades con el apego, sino en el mensaje que deben dar a dichos menores cuando tras las visitas con la familia biológica, observan el desconcierto y la incertidumbre que estas visitas provocan en ellos.
A veces la propia familia da mensajes contradictorios que van en detrimento de su estabilidad, ya que cuestionan los motivos por los que el menor permanece en una familia de acogida o hacen comentarios negativos acerca de ellos o reproducen situaciones que originaron precisamente su retirada. Me consta que se intenta tener un control sobre estas visitas, pero también me consta que dicho control resulta insuficiente cuando existe la voluntad por parte de quienes toman este tipo de decisiones, de que estas visitas se sigan manteniendo en el tiempo.
Compruebo con tristeza y con frecuencia que estos niños mantienen una batalla en sus pequeñas mentes en desarrollo, que se enfrentan a un conflicto de lealtad sobre a quién deben escuchar o a quien vincularse e incluso hacia quien sentir agradecimiento. Toda esta confusión es la que dificulta la adaptación y la convivencia con los acogedores y lo más importante pone en serio riesgo el sistema de apego con el que todo ser humano viene al mundo.
La calidad del apego influye en la vida futura del niño en aspectos tan fundamentales de su desarrollo como la empatía, la modulación de impulsos, sus deseos y pulsiones, la construcción de un sentimiento de pertenencia y la capacidad de dar y recibir amor.
Todo esto está en juego cuando se ponen a prueba diferentes recursos de protección hacia los menores, cuando se demora en el tiempo la toma de decisiones por parte de los técnicos responsables, cuando se dan demasiadas oportunidades de recuperación a adultos que ya están seriamente dañados y cuando en definitiva nos olvidamos que el foco debe estar puesto exclusivamente en los menores y el tiempo corre en su contra.
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