Protagonistas en la entrada
Jesús Palacios González.
Catedrático de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Sevilla.
Jesús Palacios Gonzalez inaugura la sesión Tribuna de la experiencia, un espacio para la reflexión.
En la Fundación Márgenes y Vínculos me hacen el inmenso honor de permitirme abrir la puerta de entrada a este boletín dedicado al acogimiento familiar. Desde ella doy la bienvenida a quienes se vayan adentrando en sus páginas, que serán lugar de encuentro y reflexión de quienes se interesen por el acogimiento y por temas relacionados. Agradezco a la Fundación Márgenes y Vínculos no solo su invitación para que yo apadrine su lanzamiento, sino, sobre todo, su iniciativa de crear este canal de comunicación y participación.
En la Fundación saben mucho de protección de menores en general y de acogimiento familiar en concreto. De hecho, cuando personas de fuera que me han oído hablar sobre nuestra práctica del acogimiento familiar me piden conocer la experiencia en directo, una de las paradas obligatorias es el encuentro con el programa de acogimiento de la Fundación. A sus excelentes profesionales les pido con frecuencia ayuda e inspiración cuando estoy preparando materiales para familias o para profesionales, o en relación con alguno de nuestros proyectos de investigación, o para la formación de nuestros estudiantes que buscan crecer profesionalmente en ese ámbito. Tal vez porque saben que con ellos me siento como en casa han pensado que era buena idea situarme en esta puerta de entrada al boletín desde cuyo umbral les reitero la bienvenida.
Entrados ya en el recibidor, quiero situar en él a los verdaderos protagonistas del acogimiento familiar, niñas, niños y adolescentes que necesitan una familia de acogida. Chicos y chicas que para ser bien atendidos necesitan previamente ser bien entendidos. Es de ellos de los que quiero que se ocupen estas primeras páginas. En concreto, quisiera referirme a algunas ideas que se escuchan a veces, pero que no sólo no ayudan a esa buena comprensión, sino que la dificultan o distorsionan.
“Los niños se adaptan a todo y además se adaptan rápidamente”. Es verdad que niñas y niños tienen gran capacidad de adaptación, pero ni se adaptan a todo ni lo hacen de manera rápida y automática. Puesto que con frecuencia vienen de situaciones de grave desatención o de algún tipo de maltrato, reconocen en seguida que todo ha cambiado cuando son objeto de cuidados, de cariño y estimulación por parte de quienes los acogen. ¿No deberían entonces sentirse plenamente felices en un entorno familiar radicalmente diferente de aquel del que tuvieron que ser separados porque les ocasionaba daño y sufrimiento? “No tan rápido”, nos dirían el niño o la niña que está integrándose en su familia de acogida. Muy probablemente, el suyo de origen era un entorno caótico y desorganizado, pero era su entorno, el lugar, las personas y las rutinas a las que estaban acostumbrados. El nuevo lugar, las nuevas personas y rutinas son incomparablemente más placenteros, pero son nuevos y desconocidos. Espacios diferentes, experiencias nuevas, formas de hablar que a veces cuesta entender, conductas cuyo significado no se comprende o se malinterpreta. Según la edad, además, pueden surgir preguntas que no saben o no se atreven a hacer (por qué, cuánto tiempo…). Su forma de preguntar es a veces poner a prueba. No de manera consciente o malintencionada, sino para intentar entender mejor. Si muestran señales de protesta o desagrado la interpretación fácil es que no se encuentran a gusto, que son desagradecidos o que tienen malas intenciones. En realidad, lo que muchas veces están queriendo decir es simple: “Por favor, dame tiempo. Insiste en cuidarme y darme cariño, porque eso me hace sentirme mucho mejor. Dime cosas que me tranquilicen. No me sueltes la mano, porque estoy perdido. Pero dame tiempo, porque no es fácil”. Unos más deprisa y otros más despacio, se van adaptando, pero, en efecto, no se trata de un proceso inmediato ni automático.
“Niñas y niños viven en el presente. Si son ahora felices, ni el pasado ni el futuro les preocuparán”. Qué ideas tan extrañas tenemos a veces los adultos. Por supuesto que niñas y niños viven en el presente, que les encanta pasarlo bien, ser bien cuidados y recibir mucho cariño en su vida diaria. Pero por supuesto que no olvidan el pasado y que les preocupa el futuro, siempre de acuerdo con su edad y su capacidad. En realidad, el presente no suplanta al pasado, sino que lo sucede. La memoria infantil no conoce la desmemoria y la meta no es que olviden el pasado, sino que puedan entenderlo de la mejor y más saludable manera posible. Lo mismo sucede con las incertidumbres del futuro, que son también inevitables y que hay que ayudar a afrontar. En otras palabras, no se trata de ignorar el pasado o el futuro como si no tuvieran lugar en la mente infantil. Adaptadas tanto a las capacidades de comprensión como de gestión emocional de cada niño o cada niña según su edad y el momento en que se encuentre, las conversaciones sobre esos temas tienen que darse. Sin insistir, pero sin ignorar. Sin la ayuda y la guía de los adultos, las preguntas vagarán descontroladas y sin rumbo por la mente infantil. Casi nunca preguntarán, pero casi siempre querrán saber y necesitarán poner orden en un rompecabezas vital en el que a veces faltan piezas y las existentes suelen estar desordenadas. Conversaciones que a veces habrá que provocar y que siempre habrá que facilitar, sin mentir nunca, pero administrando la verdad con cuidado y sensibilidad.
“Las transiciones serán más fáciles si son rápidas y quirúrgicas”. Nosotros los psicólogos valoramos mucho la estabilidad de las buenas relaciones. Estabilidad en nuestras relaciones familiares, en nuestras amistades, en nuestro trato con los profesionales que saben atendernos. El acogimiento familiar, por el contrario, lleva la impronta de la inestabilidad, puesto que se trata de una situación definida por su temporalidad. Las separaciones suelen formar parte de su trayectoria. Para empezar, la separación de la familia en que comenzaron su vida pero en la que no pudieron continuarla, al menos temporalmente. Según la modalidad de acogimiento, viene después la separación de la familia de acogida cuando se transita hacia una situación más estable, sea la del retorno a su familia de origen, sea el paso a otra situación familiar que promete permanencia y estabilidad.
Puesto que las separaciones son con mucha frecuencia inherentes al acogimiento familiar, se trata de cuidarlas y mimarlas. La idea de separaciones rápidas y quirúrgicas está en las antípodas de lo que niñas y niños necesitan. Si toda separación de lo conocido y querido es de por sí difícil, las separaciones que además hacen daño son las mal planeadas o mal llevadas a cabo, las no preparadas y no acompañadas, aquellas en las que no hay una amorosa transición de una familia a otra, en las que no se transmite toda la información que puede ser útil para quienes van a asumir las nuevas responsabilidades parentales, en las que hay una total pérdida de contacto entre quienes antes estaban bien apegados, en las que las señales de tristeza o angustia que el niño o la niña puedan expresar no son bien entendidas y se consideran ilegítimas. Proteger las transiciones, acompañarlas y mimarlas exige tiempo y cuidadosa planificación, contactos entre quienes despiden y quienes reciben, a ser posible en presencia del niño o la niña; permitir que se lleve algún objeto, alguna fotografía; dar la posibilidad de mantener alguna forma de relación o contacto, con la nueva familia ya con todo el protagonismo, pero con la anterior no convertida en un evaporado fantasma del pasado. Un buen vínculo de apego no desaparece porque se cree un nuevo vínculo y, de hecho, la existencia de una red de apegos es mucho más saludable que los intentos de sustituir un apego por otro.
El acogimiento familiar implica a muchas y muchos protagonistas en una compleja coreografía no siempre fácil de organizar y gestionar. En esta puerta de entrada al nuevo boletín de la Fundación Márgenes y Vínculos he querido dar todo el protagonismo a quienes de hecho son el centro del acogimiento: niñas, niños y adolescentes que necesitan una familia en la que sus necesidades sean atendidas, sus historias comprendidas, sus heridas curadas y sus transiciones mimadas. Ahí está la esencia del acogimiento, que no es sino una maravillosa experiencia de cuidado y ayuda. Una experiencia en cuyo centro deben estar las necesidades de quienes son acogidos, que sólo serán bien atendidas si son correctamente entendidas.
Desde el recibidor que ahora dejamos les invito a entrar en el resto del boletín. En las páginas que siguen, y en los boletines que después vendrán, vamos a encontrar ayuda en esa dirección que nos compromete a quienes, desde diferentes papeles, creemos en el acogimiento familiar y nos dedicamos a él. Sean bienvenidos a estas páginas en las que con seguridad van a encontrar impulso e inspiración.
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