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Inmaculada y Patxi, vecinos de Castellar de la Frontera, una pareja pionera en el acogimiento familiar

May 8, 2024 | Boletín 1 - 31/05/2024 | 1 Comentario

Autor: Juan J.M. León Moriche

Manuel Pacheco e Inmaculada Clemente son dos vascos de Bilbao que llevan más de treinta años viviendo en Castellar de la Frontera, pequeño pueblo de la provincia de Cádiz. Allí Patxi se prejubiló como cartero. Ahora se dedica a la escultura y a sus plantas. Inma también está ya jubilada. Trabajó de enfermera y matrona.

Inma y Patxi ostentan uno de los records menos conocidos de Andalucía. Son la pareja que más niños han tenido acogidos en su casa desde que empezaron a colaborar con la Fundación Márgenes y Vínculos. Eso fue allá por el año 1997, pero ya antes se había despertado su espíritu solidario y su voluntad de colaborar en el cuidado y la protección de niñas y niños desamparados. Este mismo mes de mayo de 2024, han acogido a otro menor.

“Yo trabajaba en un hospital de Bilbao y allí en la maternidad de Solokoetxke había un hospicio, un asilo puro y duro, con muchos niños que a mí me daban una pena tremenda. Todo el día encerrados en una habitación y sin apenas salir de allí. Los fines de semana, cuando tenía libre, íbamos Patxi y yo y los sacábamos a pasear. Los llevábamos a los jardines o al parque. Era poco lo que hacíamos, pero por lo menos les dábamos un rato de felicidad”, recuerda Inma.

Paxti, como todo el mundo llama a Manuel en Castellar, obtuvo por oposición una plaza de cartero en este pueblo y aquí llegó en 1987. Sus subidas al castillo, fortaleza medieval situada sobre una colina y abandonado por sus habitantes a principios de los años setenta, le hicieron descubrir un mundo muy desagradable. Aquellos eran los años de la droga, de la heroína y de la locura en de las toxicomanías que atraparon a mucha gente joven, entre ellas a muchas personas extranjeras que desde finales de los setenta se habían instalado

en la fortaleza abandonada de Castellar. Patxi sufría mucho al ver el estadio de abandono, suciedad y llanto en que se encontraban los hijos pequeños de algunas parejas de toxicómanos que vivían en el castillo. Y en más de una ocasión intervino para lavar, curar o atender alguno de aquellos niños y niñas. Inmaculada le ayudaba en aquellas tareas que hacían por pura humanidad, por puro instinto protector de unos pequeños desamparados.

Al poco tiempo supieron que existía una asociación llamada Vínculos que se dedicaba a cuidar de los menores y se pusieron en contacto con ella. Tuvieron varias reuniones con los miembros de la asociación, que les hicieron varias entrevistas y al final obtuvieron las credenciales que los habilitaba para ser familia acogedora. Por aquel entonces ya tenían un hijo, Arkaitz, nacido en 1979 y cuando estaban esperando la idoneidad tuvieron otra Maitane.

Inmaculada recuerda que Maitane tenía once meses cuando les llegó su primer hijo de acogida: Jontxu lo llamaron. Apenas tenía una semana de vida y con él inauguraron la costumbre de poner nombres vascos a todos las niñas y niños que han acogido. Jontxu procedía de una familia con muchos problemas que ponían en riesgo la supervivencia y a la seguridad del pequeño. Ellos lo tuvieron unos diez meses al término de los cuales lo entregaron, a través de los técnicos de Vínculos, a un matrimonio que lo adoptó. “Lo entregamos guapísimo. Era una bolita sonriente, un gitanillo lindísimo”, recuerda Inmaculada, que añade que Jontxu fue el primero de una larga lista de menores de entre cero y tres años, acogidos de urgencia a los que ha dado todo su cariño.

“Me encanta la acogida de urgencia”, dice Patxi. “Coges a los críos en situación crítica, los cuidas, los pones restablecidos y se los devuelves a los padres adoptivos o a su familia extensa. De nuestros brazos salen para algo definitivo. Nosotros intentamos que este pequeño pasito que dan con nosotros los niños lo vivan lo mejor posible para hacerles superar los traumas o problemas que hayan tenido”, añade.

Inmaculada define así el proceso que viven con sus pequeños: “Cada niño es un angelito que hemos salvado de una situación mala y que le demos en las mejores condiciones posibles a una familia que los integra en la normalidad”.

Inma y Patxi recuerdan a todos y cada uno de las niñas y niños que han tenido en su casa. Con algunos siguen teniendo un contacto habitual, con otros no tanto, pero de ninguno han perdido la pista vi. “¿No voy a acordarme?”, pregunta Inma y ella misma contesta: “Todos son hijitos míos, en todos tengo el ojo puesto y a ninguno olvido. De una forma u otra, con todos mantenemos el contacto”.

Patxi explica que, con todos, padre y niños, algunos ya hombres hechos y derechos, tienen buena relación. Recuerda que la entrega no se hace de un día para otro. Que durante una semana o diez días ambas familias conviven o se ven todos los días para que la niña o el niño se vaya conociendo y adaptando los que serán sus nuevas madres y padres. E Inmaculada precisa: “El último día yo les pongo el niño en las manos y les digo: Aquí tienes a tu hijo”.

Patxi e Inmaculada admiten que una vez tuvieron la tentación de quedarse con uno de los pequeños. Fue tanto el cariño que le cogieron que se les hizo más difícil que nunca entregarlo a su nueva familia. “Era un negrito que vino en una patera. Lo recogimos en el hogar de Nuevo Futuro de la Línea. Lo tuvimos dos años y nos tenía loquitos”, recuerda Inmaculada. Patxi se ríe recordando cómo cuando creció Said lo seguía a todas partes y se ponía a trabajar con él. “Cuando me ponía a trabajar en una escultura se ponía a mi lado con una rotaflex de juguete que le compré y se pasaba la tarde haciendo con la boca el ruido de la máquina”.

Inmaculada también recuerda que Said llegó en unas condiciones bastante duras. Mordía, pegaba, lloraba mucho y se negaba a comer. Así llegó del centro, pero Inmaculada tuvo paciencia para hacerse con él. “Era un niño que había perdido a su madre y tenía miedo. Se sentía desamparado y los mordiscos o las tortas eran su manera de defenderse. Era la hostilidad que sentía hacia un mundo que le había quitado la seguridad de su madre”, explica.

“Un día me di cuenta de que me miraba a la boca cuando yo estaba comiendo. Recordé que muchas madres africanas mastican la comida y luego se la dan a sus hijos cuando son bebés. Hice lo mismo y Said empezó a comer”, recuerda.

Y Patxi cuenta cómo Said se fue recuperando, cogió peso y empezó a sonreír. “Un día lo vi jugando con los rayos de sol”, evoca. A partir de entonces todo fue felicidad en casa. Y Said lo demostraba con infinidad de besos y achuchones. El día de la despedida fue más duro que otras veces. “Nos costó trabajo separarnos de él, pero se fue con una madre maravillosa, una mujer con la que mantenemos el contacto. Ya han venido tres o cuatro veces aquí a pasar unos días con nosotros”, explica Inmaculada.

Esta pareja singular y comprometida dice que su relación con las psicólogas y técnicos de Márgenes y Vínculos y casi familiar. Con algunas personas su relación es ya de años y con los que llegan nuevos a la fundación la sintonía se consigue rápido.

Los dos hijos de la pareja, Aikatz y Maitane están desde siempre habituados a tener hermanitos en casa. “Aikatz, desde que vivíamos en Euskadi, está acostumbrado a convivir con otros niños en casa y Maitane, desde que nació, siempre ha tenido hermanitos a su lado.

“Sólo el hecho de verles felices te compensa. Te los traen hecho un retaco, lo coges en brazos, lo aprietas, haces que se sienta cómodo…Entonces da un suspiro de satisfacción que me llega al alma”, detalla esta mujer vasca, fuerte y tierna a la vez. Patxi, su pareja, habla más despacio y sosegado, pero igual de contundente: “Todo el que se dedique a esto lo tiene que tener claro. Somos solo un paréntesis en la vida de estos niños. Estamos criando un hijo para otros”. E Inmaculada lo aclara más: “Nuestro papel es insignificante pero fundamental. Insignificante porque en tiempo no es nada en la vida de una persona, pero fundamental porque recibimos a un niño dañado, un niño que ha sufrido el trauma de la separación de su madre, y nuestra misión es reparar ese trauma, darles todo el amor que podamos y prepararlos para su nueva vida. Son niños amados y entregados”.

A las niñas y niños que se van a familia extensa se les pierde más fácilmente la pista. Con los que van a ajena el contacto es más frecuente y duradero. “Los niños conocen su historia, sus padres se la cuentan, y de esa historia formamos parte nosotros”, explica Patxi. Pero son sus padres los que deciden cuándo y cómo vienen a conocernos o a mantener el contacto”, añade.

Ambos coinciden en que el acogimiento es una forma de vida. Y el de menores de tres años más, porque un bebé te tiene todo el día ocupado. Patxi asegura que los años no le pesan porque la experiencia adquirida le hace más fácil cuidar, alimentar y criar bebés y niños pequeños. Inmaculada para la gente joven es más duro porque se tienen ganas de salir con los amigos, divertirse o ir de fiesta por las noches.

“Esas tentaciones ya a nuestra edad no existen, por eso dedicamos todo nuestro esfuerzo a los niños con placer y con sabiduría”, dice Patxi. “Recuerdo un día que fui al Carrefour con dos bebés y llevaba a cada uno en un carrito de la compra. Había gente que me miraba como con lástima y me preguntaba si necesitaba ayuda y otra si fuera un Superman, pero la verdad es que para mí hacer la compra llevando un bebé, o dos, no es ningún problema”, añade.

“Las malas noches se superan”, explica Inma. “Para un bebé es desgarrador que lo hayan separado de su madre y es normal que lloren. Pero con mucho contacto, mucho amor, todo se supera”, die Inmaculada y añade: “Yo lo que hago es besarlos, arrullarlos, cantarles, hacer que todo el tiempo se sientan queridos”.

Estos vascos andaluces con amigos por toda España no tienen reparos para dar consejos a quien esté pensando convertirse en familia acogedora. “No hay que asustarse por las

despedidas. Es parte del proceso. Y acoger a un niño es algo totalmente placentero, es algo que hace tu vida rica y plena, es una experiencia en valores que hoy en día parece milagroso poder vivirlos en esta sociedad”, explica Inmaculada. “Ternura, confianza plena, la felicidad de hacer feliz a otra persona. Todo esto te lo aporta el acogimiento. Y encima tienes el inmenso placer de ver cómo tu niño se recupera. El amor, se sabe, sana y hermosea. Esa es una realidad”, añade.

Patxi recuerda cómo han cambiado los tiempos, en algunos casos para mejor. Evoca cómo hace unas décadas familias acogedoras había tres o cuatro en la provincia de Cádiz y ahora se juntan más de doscientas cada vez que se convoca un encuentro. Ahora hay más gente concienciada, aunque nunca es suficiente, añade. Inmaculada lo tiene claro, mientras el cuerpo aguante aseguran acogiendo. “Nosotros decimos que tenemos un niño que es siempre pequeño y al que le cambia la cara”. Es su forma gráfica de explicar lo que hacen y cómo se sienten al hacerlo. Patxi añade que todo esto lo hacen de corazón y que vería muy mal que el acogimiento de menores se convirtiera en algo profesionalizado, como ocurre en Gran Bretaña. “El dinero lo estropea todo. Una cosa es que te den una pequeña cantidad para ayudar en la economía familiar y otra es que te den un sueldo y te conviertas en profesional”, dice Patxi. “Cada niño es una persona y es el amor lo que los cura y lo que importa. Si en esto se mete el dinero se estropea todo”, añade Inmaculada.

“Hombre puede pasar con un niño discapacitado con muchos problemas que requiera mucho tiempo y atenciones… Ahí si podía explicarse que la familia recibiera más ayudas, eso sería viable, pero ése es un ángulo peligroso”, concluye.

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1 Comentario

  1. m. Ángeles

    sois geniales , hasta que el cuerpo aguante¡¡ seguiréis dando amor, protección y cuidados a los niños y niñas que lo necesiten. Admiración y mucho cariño hacia vosotros.

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